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México se encuentra entre las 20 economías más grandes del mundo. Sin embargo, se ubica en los últimos lugares a nivel mundial en términos de innovación y desarrollo tecnológico. En qué, cuánto y cómo invertir en ciencia y tecnología son algunas de las preguntas que se abordan en éste ensayo.

El cambio de timón experimentado en México con las elecciones presidenciales de 2018 ha enviado ondas de cambio a lo largo y ancho de todas las dependencias gubernamentales. El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) no ha sido la excepción. Creado en 1970, el CONACYT tiene por objeto “ser la entidad asesora del Ejecutivo Federal y especializada para articular las políticas públicas del gobierno federal y promover el desarrollo de la investigación científica, el desarrollo tecnológico y la innovación a fin de impulsar la modernización tecnológica del país”.

Así pues, en una creciente sociedad globalizada, consumidora de bienes y servicios tecnológicos, la labor del CONACYT resulta prioritaria más que nunca en el diseño de políticas que garanticen la inserción y crecimiento del país en las economías basadas en el conocimiento e innovación tecnológicas.

Para ello, la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación de la LXIV Legislatura de la Cámara de diputados en coordinación con el Foro Consultivo Científico y Tecnológico A.C., convocó en el mes de febrero de 2019 a la “comunidad científica, tecnológica y del ámbito de la innovación; al sector público, privado, social, académico y al público en general, a participar en el Conversatorio para el análisis del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación”.

El Conversatorio constó de 8 mesas de trabajo: Mesa 1. Marco jurídico y diseño institucional; Mesa 2. El sector industrial como promotor del desarrollo basado en CTI; Mesa. 3 Centros Públicos de Investigación; Mesa 4. Financiamiento público y privado para el desarrollo científico, tecnológico y de innovación nacional; Mesa 5. Desarrollo local y regional basados en Ciencia, Tecnología e Innovación; Mesa 6. Educación y recursos humanos para la Ciencia y la Tecnología; Mesa 7. La importancia de la propiedad intelectual para el desarrollo científico, tecnológico y de innovación en México; Mesa 8. Las actividades científicas, tecnológicas y de innovación para la solución de los problemas nacionales. Los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) como eje transversal en el Plan Nacional de Desarrollo (PND) y el PECiTI.

Todas las mesas de trabajo trataron temas de importancia. Cada uno de esos temas requiere del esfuerzo coordinado entre las instituciones involucradas para generar las condiciones que permitan el desarrollo de las políticas científicas y de innovación. Sin embargo, quiero hacer énfasis en la temática de la mesa 4.

Detonar el desarrollo científico y tecnológico de cualquier país necesita (pero no es suficiente) la inversión económica y sostenida del sector privado. En éste sentido no hay que inventar el hilo negro como aparentemente se plantea cada seis años. Los estudios de Robert Solow, premio Nobel de Economía 1987, demostraron que el progreso tecnológico era responsable del crecimiento económico en mucho mayor medida que la cantidad de mano de obra o recursos naturales con los que contara un país.

En otras palabras, invertir en investigación y desarrollo (I+D) genera riqueza, y ésta, a su vez, genera nuevos avances tecnológicos, propiciando el mantenimiento de un círculo virtuoso de crecimiento económico exponencial que han experimentado diversos países. Nuestros vecinos geográficos, Estados Unidos y Canadá, han mantenido el crecimiento exponencial de su economía a través de inversiones crecientes a lo largo de décadas (alrededor de un tercio de la inversión la aporta el gobierno y el restante el sector privado).

¿En qué han invertido éstas y otras naciones? Principalmente, en ciencia básica, el motor de la innovación. Los descubrimientos científicos que conducen a innovaciones de gran calado no pueden planearse. La curiosidad humana, en combinación con la intuición, la voluntad, el intelecto, y un ecosistema propicio para el surgimiento e interacción de nuevas ideas hacen posible extender en mayor o menor medida la frontera del conocimiento. Como decía Max Planck (premio Nobel de Física, 1918), “La comprensión debe preceder a la aplicación”.

De éste hecho se dio perfecta cuenta el asesor del presidente estadounidense Roosevelt, Vannebar Bush, quien escribió en 1945 su reporte “Ciencia: la frontera sin fin”, donde estructuraba el rumbo que debían tomar los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial en términos científicos, señalando enfáticamente que “La investigación básica nos ayuda, en primer lugar, a comprender la naturaleza y sus leyes. Este conocimiento general es la base de la investigación aplicada y el desarrollo”.

Las observaciones anteriores se han confirmado por estudios bibliográficos detallados y de patentes más recientes. Un estudio pionero logró examinar la relación que guardan las citas contenidas en las patentes en Estados Unidos y los artículos científicos que fueron financiados con fondos públicos.

El estudio descubrió que el 73% de la patentes sometidas por la industria privada cita investigaciones científicas financiadas por el Gobierno federal de Estados Unidos u otras instituciones públicas sin importar el tipo de industria o su tamaño. Por lo tanto, la investigación científica financiada públicamente juega un papel sumamente importante en las innovaciones industriales; es un pilar del crecimiento económico.

¿Cuánto hay que invertir? Los países miembros de la OECD (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, por siglas en inglés) invierten un promedio del 2% del PIB (Producto Interno Bruto). México invirtió en 2016 el 0.486% de su PIB. Corea incrementó su inversión en investigación y desarrollo de 1.741% a 4.5% de su PIB en 26 años. En 2018 ocupó el primer lugar de los países más innovadores del mundo, dejando en segundo lugar a Suecia.

Así, para el caso de México, se podría establecer como meta inmediata incrementar al 1% del PIB el financiamiento a IyD. Como meta a mediano plazo, alcanzar un 2.5-3% del PIB, y a largo plazo un 4% del PIB. Otra posibilidad consiste en financiar, sostenidamente a largo plazo, un porcentaje del PIB en IyD igual al porcentaje con que crece la economía nacional.

Sin embargo, las actuales previsiones económicas de crecimiento nacional estiman un crecimiento menor al 2%, limita nuestras opciones de inversión. Entonces ¿en qué áreas es más sensato invertir dado el crecimiento de nuestras economía? Un estudio que puede servir de guía, publicado en 2013 en la revista de acceso abierto PLoS, muestra que financiar las ciencias básicas como la física, la química y las ciencias de materiales se correlacionan fuertemente con el crecimiento económico.

Más aún, los datos analizados indican que dicha inversión es la mejor política para detonar el crecimiento económico de países con economías medianas. Lo anterior no implica que dejen de financiarse las restantes áreas del conocimiento sino más bien generar los mecanismos que integren a esa triada otras ramas científicas, como la biotecnológica (ahí está el caso de Sir Gregory Winter, Nobel de Medicina 2018, cuya investigación ha generado una industria que vale, por lo menos, $70 billones de dólares).

Ésta clase de información es la que la comunidad científica y las empresas de base tecnológica deben aprender a hacer llegar, en tiempo y forma, a nuestros representantes en el gobierno federal para que sean tomados en cuenta en el Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF). Pero esto tan sólo es la mitad del camino. No es suficiente destinar más dinero (y tiempo, más allá del sexenio en turno) a ciencia y tecnología para que comiencen a obtenerse cambios sustanciales en innovación.

La pregunta clave a responder se vuelve entonces: ¿cuál es la mejor metodología de financiamiento para que se propicie la innovación científica y tecnológica a nivel nacional? Y resulta difícil de contestar.

Otros países líderes en ciencia y tecnología también tienen problemas en responderla. ¿Deben financiarse proyectos de amplio alcance liderados por algunos científicos élite? O bien, ¿debe seguirse un esquema igualitario, donde todo mundo reciba una porción del presupuesto sin importar los méritos? Entre esos dos opuestos es necesario buscar entre los centros de investigación y sector privado el balance adecuado acorde con la economía de la nación, así como los objetivos de largo plazo, transexenales.

Ciertamente, no es una tarea fácil poner a México en el camino adecuado para que se convierta en una potencia tecnológica y científica. Goethe tuvo palabras de aliento para sus conciudadanos alemanes que pueden ayudarnos a nosotros también: “Saber no es suficiente, debemos aplicar; querer no es suficiente, debemos hacer”.

Hagamos. Cada uno. Desde nuestra trinchera.

Martín Méndez es ingeniero químico con un doctorado en ciencias aplicadas. Actualmente es técnico por proyecto en el IPICYT. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. Ferviente creyente de la simbiosis entre academia e industria.

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