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Por: Joaquín Ramírez

Una de las preguntas más difíciles de responder en nuestras vidas es qué vamos a hacer cuando seamos “grandes”. Cuando estamos en la preparatoria esa pregunta se responde al elegir una carrera. Es común preguntarnos durante los cursos universitarios ¿para qué me sirve esto?, ¿me lo tengo que aprender de memoria?, ¿esto se aplica en la vida real?

Cuando se van acercando los últimos semestres comienza a invadirnos una angustia que nunca habíamos sentido: ¿y ahora en qué voy a trabajar? Los que incursionamos en una carrera científica o tecnológica posiblemente no nos preocupa tanto esa pregunta en ese momento, pues sabemos que podemos continuar estudiando en la maestría e incluso, ¿por qué no?, en el doctorado.

Pero los grados académicos son finitos e inevitablemente llega el momento de tomar una decisión. Claro, alguien podría decir que aún queda el posdoctorado 1, el posdoctorado 2, …, posdoctorado n. Este camino laboral puede conducir a obtener una plaza de investigador en alguna universidad o instituto de investigación. ¡Excelente! Allí podrás seguir aprendiendo cosas nuevas, buscarás financiamiento para tus proyectos de investigación, darás clases, revisarás tesis, participarás en congresos y simposios y, si eres muy aventado, harás divulgación de la ciencia.

Por supuesto, toda nuestra formación académica (licenciaturas, maestrías y doctorados) nos prepara para ser investigadores. Solo investigadores y nada más. ¿Qué más sabríamos hacer que investigar?

Supongamos, solo supongamos, que no te gustaría ser investigador. Tal vez te abrume el hecho de estar revisando tesis, o tal vez te da pavor estar frente a un salón de clases, o de plano no puedes pasar más de dos minutos en un laboratorio sin romper un vaso de precipitado.

¿Qué puedes hacer? ¿Echaste a perder toda tu juventud estudiando una carrera a la cual no te vas a dedicar? ¿Quién contrataría a un biólogo con doctorado especializado en los mecanismos de regulación del desarrollo del sistema nervioso del pez cebra en condiciones de baja concentración de oxígeno en el medio? (No es nada personal contra los que estudian el desarrollo de este curioso animal).

La respuesta tal vez te sorprenderá: ¡muchas personas desearían (y deberían) contratarte! O mejor aún: podrías ser tu propio jefe. Calma, que voy a explicarlo todo.

Básicamente un científico es alguien capaz de resolver un problema complejo abordándolo de una manera sistemática. Utiliza todos sus conocimientos para plantear una estrategia lógica que le permita obtener datos con los cuales podrá darle una explicación o solución a un problema. Los científicos pueden leer textos complejos (¡y en inglés) y extraer la información valiosa; pueden aprender rápidamente nuevas formas de analizar datos y se las ingenian para poder sortear un obstáculo; son tolerantes a la frustración (¿cuántas veces no te ha salido un experimento?); son apasionados y dedicados a su trabajo (¿quién ha visto el amanecer desde la ventana del laboratorio?); y pueden comunicar de una manera sencilla algo que aparentemente es muy difícil de entender.

Con todas estas características, las posibilidades de desarrollo laboral son muy amplias: sería bastante provechoso que un científico fuera diputado o senador para redactar propuestas de ley con base en el conocimiento científico y no en ocurrencias o fanatismos; ¿o qué tal una consultoría para estandarizar procesos de producción de bebidas regionales?; imagina una casa productora de documentales o películas de ciencia; si aprendiste a programar, podrías desarrollar software para otras empresas; ¿o qué tal un negocio que se encargue de descontaminar el agua con microorganismos?; [inserte aquí la idea más loca que haya tenido].

Todo esto lo podrías lograr con tu talento y alguien más lo necesita para resolver un problema. Tal vez esa persona no sabe que podría solucionarlo con la ayuda de un científico. Dada nuestra capacidad de observación, podemos detectar un área de oportunidad donde podemos contribuir. Hay que andar por la vida con los ojos y los oídos bien abiertos.

Quizá en este punto podrías decir que todo suena muy bien, que estás motivado y has volteado un poco a tu alrededor para considerar que tal vez, sólo tal vez, podrías emprender algo. Pero inmediatamente después te asalta un nuevo temor: ¿cómo voy a hacerlo?

Lo mejor que puedes hacer es darte cuenta que no estás solo y que tampoco debes saberlo todo. Somos científicos, no superhéroes. Arma tu equipo emprendedor. Busca amigos que tengan la misma curiosidad de explorar alternativas laborales y pongan todas sus habilidades sobre la mesa. Lograrán encontrar sus fortalezas y debilidades que con el tiempo irán perfeccionando y se podrán unir más personas a su proyecto. Lo más importante es que confíen en sus habilidades y que sepan que, como cualquier otro proyecto, estará lleno de dificultades, pero que tienen toda la capacidad de salir adelante.

Una vez reunidos, definan cómo quieren organizarse y qué actividades realizarán para que haya ingresos. (Nunca está de más decirlo: recuerden que para que esto funcione debe haber más ingresos que gastos). Busquen una forma creativa de monetizar sus conocimientos. Quítense el miedo de cobrar (y cobrar bien) por su trabajo. ¡Le han invertido mucho a su mejor recurso: ustedes mismos!

Lo siguiente es la parte más aburrida, pero que igualmente es muy enriquecedora. Hay que constituir legalmente la empresa y darse de alta en Hacienda. Aquí es donde puedes sacar el mejor provecho a tu disciplina y organización. Lleva un control minucioso de los movimientos de la empresa (piensa en cómo tienes perfectamente ordenada tu bitácora de laboratorio). Date a conocer con los potenciales clientes, conecta, participa, que se te quite la pena. Habla con otras personas que han decidido andar por el mundo de las empresas con base en el conocimiento científico. Evalúa constantemente, rectifica el camino si es necesario. Y sobre todo: diviértete.

En países como México y el resto de América Latina, resulta indispensable que más y más jóvenes científicos desarrollen empresas de base tecnológica y científica. En pleno siglo XXI, la economía basada en el conocimiento es una de las rutas que más impactan en el desarrollo de una nación. Debemos de transitar de ser países que solo exportan materias primas a naciones que exportan conocimiento y dan soluciones a la población con base en tecnología desarrollada en el propio territorio. Solo así podríamos asegurar una mejor distribución de la riqueza y tener una sociedad más equitativa. Siempre recuerda que alguien necesita de tu talento.

Joaquín Ramírez Ramírez estudió Biología en la Universidad Autónoma de Baja California. Después hizo una maestría en Ciencias Bioquímicas en el Instituto de Biotecnología de la UNAM y continuó con el doctorado en la misma institución. Se especializó en el estudio de enzimas oxidorreductasas de hongos con potencial aplicación biotecnológica. Actualmente ha decidido emprender con un amigo para dar soluciones de bioquímica computacional a grupos de investigación, empresas de diagnóstico y negocios en general.

 

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